Durante años, la idea de “seguridad laboral” fue sinónimo de estabilidad. Un empleo fijo, una empresa sólida y un sueldo a fin de mes parecían el escudo más confiable frente a la incertidumbre. Pero en 2025, esa seguridad se volvió una ilusión.
Por Sol Morena*
Los despidos en grandes tecnológicas como Meta —que recientemente desvinculó a 600 personas de su unidad de Inteligencia Artificial— no son una excepción. Son la nueva norma. En un contexto donde los mercados cambian más rápido que los organigramas, incluso los profesionales más calificados descubren que el trabajo estable ya no garantiza estabilidad.
El fin del contrato psicológico
La sociología del trabajo habla del contrato psicológico: ese pacto tácito entre empleado y empleador que prometía fidelidad a cambio de previsibilidad. Ese acuerdo se rompió.
Durante décadas, las empresas representaban continuidad, comunidad y sentido. Hoy, el vínculo laboral se volvió más transaccional: se intercambia talento por resultados, no por lealtad.
Y la promesa de un “para siempre” se desvanece con cada nueva ola de reestructuraciones.
Los profesionales —de cualquier edad o sector— ya no pueden planificar su futuro en base a la permanencia. El ciclo de empleo promedio en tecnología se acorta cada año. En muchos casos, un rol dura lo mismo que un proyecto o una etapa de financiación.
Esto genera un efecto psicológico profundo: la identidad laboral se fragmenta.
¿Quién soy sin mi cargo, sin mi empresa, sin mi firma de mail?
El trabajo en una sociedad líquida
La transformación del empleo no es solo económica: es estructural y emocional.
En una sociedad que se volvió líquida, los vínculos laborales ya no son estables sino momentáneos, adaptables y, muchas veces, frágiles. La promesa de permanencia fue reemplazada por la expectativa de reinvención.
En este contexto, la estabilidad ya no proviene de las instituciones —que antes ofrecían contención y sentido— sino de la capacidad individual de generar valor, visibilidad y redes.
El trabajo dejó de ser un espacio colectivo de pertenencia para convertirse en una narrativa personal: cada profesional es ahora responsable de construir su propio capital simbólico y social.
Esta nueva “sociedad del riesgo” traslada al individuo la obligación de protegerse de la inestabilidad.
Y allí, la marca personal funciona como una nueva forma de capital: un activo que da legitimidad, confianza y continuidad en un entorno que cambia a una velocidad inédita.

El impacto de la inteligencia artificial en la empleabilidad
A este fenómeno se suma otro aún más transformador: la irrupción de la Inteligencia Artificial en todos los sectores.
Ya no se trata solo de automatizar tareas repetitivas. La IA empieza a reemplazar actividades cognitivas de nivel medio, rediseñando el mapa de empleos en todo el mundo.
Según el Foro Económico Mundial, 83 millones de puestos podrían desaparecer globalmente hacia 2030, mientras surgen otros nuevos vinculados al análisis de datos, la creatividad, la estrategia y la supervisión de sistemas.
Pero el desafío no es solo técnico: es identitario.
Los profesionales que construyeron su valor sobre la ejecución hoy necesitan redefinir su diferencial.
Y el diferencial del futuro no será el conocimiento técnico —que puede ser replicado por algoritmos— sino la capacidad de pensar, comunicar y liderar desde lo humano.
Por eso, la nueva estabilidad no se mide por el tiempo que alguien permanece en una empresa, sino por su capacidad de adaptarse, conectar y hacerse visible en un ecosistema profesional que ya no se rige por jerarquías, sino por reputación y redes.
La nueva seguridad: visibilidad y adaptabilidad
En este escenario, la única estabilidad real está en lo que no se puede tercerizar ni despedir: tu conocimiento, tu red y tu reputación.
Tu marca personal no es un accesorio, es tu nuevo seguro.
Es lo que te permite seguir siendo relevante más allá de un logo, un contrato o una estructura.
Invertir tiempo en construir autoridad, compartir aprendizajes y conectar con comunidades profesionales no es un ejercicio de vanidad. Es una estrategia de supervivencia inteligente.
La visibilidad —bien entendida— no es exposición vacía, sino comunicación estratégica del valor que uno genera.
Y la adaptabilidad no implica reinventarse de cero cada año, sino aprender a traducir las propias competencias a distintos contextos.

Del empleo al ecosistema
Cada vez más profesionales están entendiendo que su carrera no depende de una sola empresa, sino de un ecosistema de proyectos, alianzas y fuentes de ingreso.
Crear contenido, enseñar, asesorar o monetizar la propia experiencia son formas de diversificar el riesgo laboral.
Ya no se trata de “buscar trabajo”, sino de construir un sistema de oportunidades.
En este nuevo paradigma, el trabajo deja de ser un lugar y pasa a ser un portafolio de capacidades.
Los límites entre empleado, consultor y creador se vuelven difusos.
Y la empleabilidad se convierte en un activo dinámico que se actualiza constantemente.
La mirada sociológica del cambio
Desde una perspectiva sociológica, lo que está ocurriendo no es solo económico: es cultural.
Estamos asistiendo al fin de una era donde la identidad personal se definía por la empresa que figuraba en la tarjeta.
Hoy, las personas buscan sentido, flexibilidad y autonomía.
Y las organizaciones que comprendan este cambio tendrán ventaja, porque atraerán talento que ya no se fideliza con beneficios, sino con propósito y libertad.
Sin embargo, esta nueva libertad también implica una responsabilidad: cada individuo es ahora su propio proyecto.
No hay carrera lineal, ni ascenso garantizado. Hay trayectorias en red, aprendizajes continuos y visibilidad como moneda.
Apostar por uno mismo
El futuro del trabajo será híbrido, líquido y autónomo.
No se trata de abandonar el empleo tradicional, sino de dejar de depender únicamente de él.
En una sociedad donde el cambio es la única constante, la estabilidad ya no proviene de las estructuras sino de la identidad.
Y esa identidad se construye todos los días: con lo que aprendés, con lo que compartís y con cómo elegís presentarte ante el mundo.
La inteligencia artificial puede reemplazar tareas, pero no puede reemplazar el sentido, la estrategia ni la voz humana detrás de cada decisión.
Por eso, invertir en desarrollar pensamiento crítico, comunicación y presencia profesional no es una ventaja competitiva: es una forma de protección social moderna.
Apostar por uno mismo no es un acto de ego, sino de conciencia.
Significa entender que tu trayectoria es un sistema vivo, que evoluciona contigo, y que tu marca —tu reputación, tu red, tu forma de pensar— es el nuevo capital simbólico que te sostiene cuando todo lo demás cambia.
El empleo puede ser temporal.
Tu valor, si lo cultivás, no.
*Sol Morena es “La Socióloga del Marketing”, estratega B2B y fundadora de mktg.con.sol. Ayuda a profesionales y empresas tecnológicas a construir marcas con propósito, autoridad y estrategia. Integra la Comisión de Marketing del Polo IT Buenos Aires, la de IA en la ADM y es cofundadora de Pensaris EdTech en idiomas.
