¿Pueden un escritor acosado por deudas de juego, un estudio cinematográfico al borde de la quiebra, un director frustrado y un actor rebelde concebir milagrosamente una obra maestra del cine? Ese milagro es “El Padrino”, de cuya primera entrega se están cumpliendo 50 años.
Por Daniel De Marco

Un escritor acosado por los acreedores
Se acerca un nuevo amanecer en la ciudad de Nueva York y entre las innumerables ventanas de un oscuro edificio de departamentos sobresale una con las luces encendidas. Detrás del vidrio se puede ver a un hombre de 46 años, regordete, de anteojos gruesos, tipeando sobre una vieja máquina de escribir. Después de mordisquear nerviosamente y encender un habano más se vuelca levemente hacia atrás, se lleva ambas manos a la cara y a pesar del cansancio prosigue con la tarea de escribir su próximo libro. El escritor se llama Mario Puzo y aunque ya ha publicado dos libros no ha obtenido mayor éxito.
Puzo está en busca de la obra que le permita asegurar el bienestar económico para su esposa y sus cinco hijos, además de saldar el tendal de deudas que acumula por su afición al juego. Sabiendo de sus orígenes italianos, sus editores le han sugerido escribir una novela relacionada con la “mafia”, aunque Puzo no está convencido de hacerlo básicamente porque no conoce en profundidad ese ambiente y comienza a escribir su nuevo libro basándose en archivos policiales. Finalmente consigue hacer un borrador de 150 páginas que lleva a distintas editoriales hasta que despierta el interés de G.P.Putnam’s Son, que le ofrece un adelanto de 5.000 dólares. Puzo se decide a completar el libro y emprende un viaje a Europa junto a su familia.
A su regreso es recibido calurosamente por su editor, quien le informa que otro grupo editorial ha pagado 410.000 dólares para editar su novela con el título “El Padrino” y que hay estudios de Hollywood interesados en llevar la novela al cine, que tras su edición se convierte en un éxito arrasador, permaneciendo durante 67 semanas en la lista de “best sellers” del New York Times y vendiendo más de 9 millones de ejemplares en dos años.
Tratando de “salvarse” con la mafia
En 1969, a poco de publicarse la novela, Paramount Pictures adquiere los derechos de “El Padrino” por 80.000 dólares. A pesar de que el agente de Mario Puzo le aconseja rechazar la oferta por considerarla insuficiente, éste la acepta sin chistar atendiendo a sus aún urgentes necesidades financieras.

Los estudios Paramount, que han sido adquiridos recientemente por el grupo Gulf + Western y también atraviesan una situación crítica, apuestan a realizar una película que regrese al estilo del viejo “cine negro” de los años 30 y 40 (representado por actores como James Cagney, Edward G. Robinson y Humphrey Bogart), lanzándose al inicio inmediato de la producción del film.
Luego de descartar a directores reconocidos como Sergio Leone, Peter Bogdanovich y Costa-Gavras los directivos de Paramount se inclinan por Francis Ford Coppola: las razones de su elección son su ascendencia italiana (lo que en palabras de los directivos de Paramount haría que la película “huela a spaghettis”) y de presupuesto por tratarse de un director poco conocido, a pesar de contar al momento con cuatro largometrajes bien recibidos por la crítica pero con escasa repercusión de público. Si bien Coppola al principio no demuestra interés, finalmente acepta dirigir “El Padrino”.
Un director contra el mundo
La tarea a emprender por Coppola no es sencilla y cuenta desde el comienzo con la frecuente oposición de Robert Evans (Jefe de Producción de Paramount) que cuestiona casi la totalidad de las iniciativas del director. La intención inicial del estudio es hacer una película de bajo presupuesto y con una duración que no supere la hora y media de proyección, pero las rampantes ventas de la novela de Puzo animan a Coppola a solicitar mayores partidas para ampliar la cantidad de escenas a rodar (y por consiguiente la duración de la película, que llegará finalmente a tres horas) y en especial para filmar en exteriores, primeramente en la “Little Italy” de Nueva York y posteriormente en Sicilia.
El punto de mayor fricción es seguramente la elección del elenco, que no cuenta con figuras reconocidas, y en particular con dos personajes: Michael Corleone (el hijo menor del “Padrino”), para quien Evans propone a galanes consagrados como Warren Beatty o Robert Redford, mientras que Coppola insiste con Al Pacino, un desconocido actor a quien ha dirigido en teatro.

El otro personaje cuestionado es el propio “Padrino” Vito Corleone: mientras los directivos de Paramount proponen a Ernest Borgnine, Anthony Quinn, Orson Welles y Laurence Olivier (entre muchos otros), Coppola y Mario Puzo quieren a Marlon Brando, que para ese entonces es altamente resistido por los popes de la industria del cine debido a su comportamiento inestable y al fracaso comercial de las películas en las que ha actuado recientemente.
Por su parte Marlon Brando también duda en participar de un film que pudiera “glorificar” a la mafia ítalo-americana. Ante la contumacia de Coppola, Paramount accede a contratar a Brando con tres condiciones: cobrar un salario reducido (50.000 dólares), obligar al actor a adelantar una fianza de un millón de dólares para cubrir eventuales gastos por incumplimientos y someterse a una prueba de casting a la que Brando se niega rotundamente pero que es hábilmente realizada por Coppola, haciéndole creer que solamente está haciendo una prueba de cámaras.
Finalmente se inicia el rodaje en marzo de 1971, extendiéndose hasta agosto de ese mismo año. Ya superadas las vicisitudes internas surge un nuevo frente de oposición: ahora son los “padrinos” de la vida real los que presionan a Paramount y a Coppola para que no se mencionen las palabras “Mafia” o “Cosa Nostra” en el film. Otro miembro de la comunidad ítalo-americana que se siente afectado es nada menos que Frank Sinatra, debido a que el personaje de Johnny Fontane (cantante y actor protegido por Vito Corleone, de prominente relevancia en el libro de Puzo) guarda numerosas y sospechosas semejanzas con las de “La Voz”, motivo por el cual Sinatra solicita a Coppola minimizar la participación de su “alter ego” de ficción en la película.
Mucho más que una película de mafiosos
El 14 de marzo de 1972, a un año del inicio de su rodaje, se estrena “El Padrino” en el Teatro Loew de Nueva York. La película arrolla literalmente en las taquillas, con una recaudación total a nivel internacional de 287 millones de dólares que para regocijo de Paramount Pictures recupera con creces el presupuesto invertido de 7 millones de dólares, lo que junto a la aclamación unánime de la crítica la convierte inmediatamente en un clásico de la historia de la cinematografía.
Como en toda obra maestra, hasta el más mínimo detalle parece calzar a la perfección en esta historia que es mucho más que la mera biografía ficticia de un “gangster”, como fue imaginada inicialmente: se trata de un profundo drama que expone tanto las relaciones de familia(para muchos con influencias del “Rey Lear” de Shakespeare y “Los Hermanos Karamazov” de Dostoyevski) y una crítica mirada hacia el lado oscuro del “sueño americano” encarnado en el “poder paralelo” de los “Don” de la mafia y su control sobre políticos y jueces.
Otros aspectos para destacar son la inolvidable banda sonora compuesta por Nino Rota (músico italiano también reconocido por sus composiciones para las películas de Federico Fellini) y la notable performance del elenco en su conjunto, siendo esta película la plataforma de despegue para actores hoy largamente consagrados como Diane Keaton y Al Pacino. Merece un punto aparte la excepcional labor de Marlon Brando, que (como hubiera dicho el crítico “Gogo” Safigueroa) “clausuró” a Vito Corleone: Marlon Brando no interpreta a Don Corleone, ES Corleone, encarnándose en el personaje a tal punto que no hay forma de imaginar a otro actor en ese rol. Su intervención en el inicio mismo de la película ya es muestra suficiente de su descollante labor (la conversación con el sepulturero que le pide venganza contra los jóvenes que agredieron a la hija de éste y el posterior encuentro con Johnny Fontane que le pide ayuda para conseguir un rol en una película).
Vale destacar que varias escenas protagonizadas por Brando corresponden a iniciativas improvisadas por el mismo actor y que no fueron previstas en el guión (por ejemplo: un gato que estaba merodeando perdido por el set de filmación es el que acompaña a Brando en las escenas iniciales; el cachetazo de Vito Corleone a Johnny Fontane, y la escena final en la que muere jugando con su pequeño nieto).

En la entrega de los premios Oscar de 1973 “El Padrino” obtiene el premio a Mejor Película y Marlon Brando es galardonado como Mejor Actor Principal. Para sumar otro “escándalo” en su haber, Brando se niega a concurrir a recibir el premio y envía en su lugar a una activista por los derechos de los indígenas norteamericanos. Posteriormente Francis Ford Coppola realizaría dos entregas más de “El Padrino” en 1974 (mostrando en paralelo el asentamiento de Michael Corleone como nuevo “Don”, encarnado nuevamente por Al Pacino, y la historia del ascenso de su padre, con Robert de Niro interpretando a Vito Corleone en su juventud) y en 1990, cerrando la historia de Michael Corleone.
Encontrándose con la Verdad
Cualquier comentario acerca de “El Padrino” y sus secuelas a esta altura es meramente ociosa: las tres entregas dirigidas por Francis Ford Coppola (en especial las dos primeras) tienen un merecido lugar de honor en la historia de la cinematografía mundial, y su vigencia parece acrecentarse con el paso de los años (precisamente se están cumpliendo 50 años del estreno de la primera parte, para cuya conmemoración se ha lanzado su reestreno en cines).
Al margen de estas consideraciones, hay una pregunta que nos podemos formular: ¿por qué el mote o el título de “Padrino”? En el catolicismo romano un padrino o una madrina son personas designadas para tutelar a una persona (el “ahijado”) desde el momento en que éste es bautizado (normalmente siendo bebés o niños de muy corta edad) y para guiarlos en los principios de la fe cristiana. También se utiliza el término para designar a quien acompaña o auspicia a otra persona a modo de respaldo (especialmente en el ambiente artístico). Precisamente un aspecto que resalta a lo largo de la saga de “El Padrino” es la presencia de la religión como pantalla utilizada por una dinastía de criminales para blanquear sus imágenes y mostrarlos como hombres honorables y piadosos (en particular en la Parte III donde expone los presuntos negocios entre la Mafia y el Clero y las sospechosas muertes del Papa Juan Pablo I y el banquero Roberto Calvi).

Los “padrinos” de la mafia, lejos de encaminar a sus “ahijados” en la senda del amor al prójimo enseñada por el Señor Jesucristo, les ofrecen “protección” (por la cual deben pagarles con su reverencia y con su dinero). ¿De qué los protegen? Supuestamente de enemigos tales como otros delincuentes o de la policía que no cumple con su deber de resguardar a los ciudadanos de bien, por incompetencia o por complicidad.
Así es como los “Don” ostentan impunemente su poder, como reyes que manejan los destinos de los demás sin rendir cuentas a nadie; sin embargo es de notar que en el final de sus vidas se encuentran solos, confrontados con su fragilidad humana y con sus conciencias, cumpliéndose acaso la afirmación del panameño Rubén Blades que “del encuentro con la Verdad nadie se escapa”.
Esto está crudamente reflejado en la escena de la tercera entrega en la que un anciano Michael Corleone, previamente a confesar sus pecados ante el futuro Papa, se pregunta: “¿De qué sirve que me confiese si no me arrepiento?” Este hombre que se sabe poderoso en este mundo presiente que reconocer el mal que ha hecho a otro ser humano sin postrarse primero ante el Señor en el que dice creer no es más que un mero trámite, como lo fue para él mentir, asesinar u ordenar la muerte de otros. Y allí está la paradoja: para el cristiano ese encuentro con la Verdad (que se encarna en la persona de Jesús de Nazaret) no es motivo de angustia, de inquietud ni de temor, sino todo lo contrario: es la oportunidad de la salvación y de la vida eterna por la que Jesús aceptó morir en una Cruz, incluso por hombres como los Corleone…